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¡Esta es una revisión vieja del documento!


<fc #6495ed>Biografías de la memoria</fc> / <fc #6495ed>La memoria y sus metáforas</fc>


La primera casa con cuarto de baño: Edificio en el nº 7 de la calle Panaderas

La guía de la arquitectura coruñesa publicada en 1998 recoge la peculiaridad de la primera casa que contó con este servicio sibarita en la ciudad de A Coruña. Y no fue hasta 1916, doce años después de la inauguración del abastecimiento de agua en 1908. El edificio más higiénico de la época se encuentra en el número 7 de la calle Panaderas.

Es una excelente muestra de la tradicional arquitectura de galerías de Juan de Ciórraga, aunque en la actualidad está visiblemente deteriorado por el abandono.

La ciudad quería crecer


A Coruña contaba en 1900 con 44.000 habitantes, un incipiente desarrollo industrial y con el impulso de los repatriados de las antiguas colonias antillanas. En ese ambiente dos comerciantes locales: los hermanos Casado, un farmacéutico madrileño apellidado Márquez y José María Rivera (futuro fundador de Estrella de Galicia) instalaron su fábrica en las afueras de la ciudad. Márquez fue el socio en comandita.

El primer año que se detecta su actividad es en 1902. Coincidiendo con un brote de tifus los hermanos Casado reivindican en la prensa local la bondad de su cerveza. A la izquierda la noticia publicada en "El Noroeste" el 11 de noviembre de 1902.

El proceso que desembocó en la inauguración del abastecimiento de agua en 1908 fue un verdadero galimatías burocrático. El Ayuntamiento coruñés había aceptado en 1890 una propuesta de un británico llamado Bayliss para hacer las obras, mediante una cesión de la explotación del servicio por 75 años. Éste la traspasó a la compañía inglesa The British and foreign Trading, con domicilio social en Londres, que a su vez vendió los derechos a The Corunna water company, de la que era consejero Maximiliano Linares Rivas, hermano del que sería ministro de Fomento.

Las obras empezaron en 1893 y estuvieron condicionadas por una serie interminable de conflictos -de los que se hace eco un legajo existente en el Archivo Municipal con el indicativo título de Pleitos contra la Compañía- e importantes errores técnicos. Al filo del siglo XX, las obras estaban prácticamente abandonadas y la situación sanitaria de la ciudad gravemente afectada por focos de tifus que se extendían a causa de la mala calidad de las aguas que consumía la población. En 1897, causó conmoción en España un estudio del ingeniero Fernando García Arenal en la Revista de Obras Públicas en el que desvelaba las condiciones de insalubridad en la que vivían las urbes abastecidas por fuentes públicas, diezmadas sobre todo por las fiebres tifoideas.

En el verano de 1900, comerciantes y empresarios de la ciudad retoman la iniciativa y fundan la sociedad anónima Aguas de La Coruña. Los nombres que figuran en los cargos de la empresa constituirán a lo largo del siglo XX la nomenclatura coruñesa que dominará la ingeniería, los negocios y la política en la ciudad.


Los usos del agua en la ciudad


Los aguadores tienen obligación de llevarse y conservar en sus casas de noche un barril y las aguadoras una sella, llenos de agua, para acudir con ellas inmediatamente al lugar del incendio y vaciarlas por sí mismos en la caja o depósito de las bombas, o donde se les prevenga en caso de tocarse a fuego. También están obligados a continuar el mismo auxilio mientras dure el incendio o no se les mande retirar. La falta de cumplimiento de esta disposición, será castigada con la multa de 4 a 80 hs. O el arresto equivalente. [Art. 61 de las ordenanzas de policía urbana y rural para la ciudad de La Coruña y su término. 1854. “Aguadores, Fuentes y Lavaderos”]

Los usos del agua en la ciudad del siglo XIX estaban sujetos a una estricta reglamentación reflejo de su escasez endémica. Las “Ordenanzas de policía urbana y rural para la ciudad de La Coruña”, de 1854, codificaban en nueve artículos las normas referentes al uso de las fuentes, los lavaderos y al ejercicio del oficio de aguador. Los aguadores debían inscribirse en un registro municipal y estaban obligados a colaborar, so pena de multa o cárcel, en la extinción de los incendios. En la foto, el estado en que quedó el Teatro Rosalía tras el incendio de 1910.

El oficio era desempeñado mayoritariamente por mujeres que recibían un pago mensual por el transporte diaria de una sella (recipiente con capacidad aproximada de unos 14 litros) a las casas.

Las fuentes fueron también lugares de encuentro, de información, de intercambio de ideas, y desde siempre los hombres que las erigieron quisieron simbolizar en la obra esa importancia, incluida la suya propia, como benefactores de la ciudad. [El abastecimiento de agua a La Coruña, pág. 47]

Existían, además, dos figuras públicas nombradas por el alcalde: los cabazaleros y los celadores, encargados del mantenimiento de fuentes y lavaderos respectivamente. Entre sus funciones estaban las de hacer guardar los turnos de llenado, evitar desperfectos, cuidar de la limpieza y garantizar que los pilones estuviesen siempre llenos para poder disponer de una reserva de agua en caso de fuego. Estaban obligados, también, a denunciar a aquellos aguadores que omitiesen su auxilio en los incendios.

Aparte de los usos generales del consumo doméstico y el lavado de ropas, se disponían abrevaderos para las caballerizas, que en La Coruña de 1854 se reducían al situado en la fuente de Sta. Catalina.

La política municipal del último tercio del siglo XIX intentó alejar del centro de la ciudad aquellas actividades menos higiénicas, y con esa intención se sustituyeron en 1866 los lavaderos de las fuentes de Sta. Catalina y San Andrés por otro en la plazuela de Camaranchón.

Este traslado obligó a dotar de un lavadero a la Ciudad Alta, obra que no se concretó hasta 1893 con la construcción del lavadero del Parrote al pie de la muralla del Jardín de San Carlos, y que se alimentaba de un ramal derivado de la fuente de la Plaza de la Constitución. Los barrios de Atocha y Campo da Leña se servirían del lavadero sobre el río de San Amaro, mientras el barrio de Sta. Lucía se servía de las aguas del río de Monelos.

El lavadero del Camaranchón desapareció con el cambio de siglo, al no poder ser trasladado y ocupar su emplazamiento las nuevas Escuelas da Guarda. En su lugar se levantó uno nuevo en la explanada del Orzán.

El siglo XX conocerá una proliferación de lavaderos en las zonas periféricas de la ciudad a causa del retraso en la conexión a la red de abastecimiento y a la pervivencia de loa hábitos tradicionales: San Roque, San Pedro de Visma, Los Castros, Cances… cumpliendo un papel funcional y también social en estos lugares.

"La cuestión del agua"


La evolución de la demanda: difícil relación con la ciudadanía

La implantación del servicio de aguas en La Coruña no fue un camino fácil para sus promotores. Las relaciones entre la Sociedad y ciertos sectores ciudadanos fueron desde el principio difíciles. Las causas de estos desencuentros eran varias: el primer choque se va a producir a consecuencia de la política tarifaria. En un debate que aún hoy está vigente en España en relación al papel de las redes de servicios públicos, la Sociedad de Aguas de La Coruña justificaba sus precios en función de los costes de construcción y explotación, y de la necesidad de garantizar una rentabilidad digna a los accionistas que habían arriesgado su capital.

La principal crítica que se hacía al sistema de tarifas se centraba en la obligatoriedad de contratar un consumo mínimo diario, que inicialmente se fijó en 200 l. para las viviendas de renta más baja. En 1911 se volverán a reducir los precios para las capas más modestas y se realizarán también rebajas en los costes de alquiler de los equipo y en las reparaciones.

Esta política de reducción de precios tenía una doble interpretación, por una parte era entendible desde la visión moderna de los precursores del servicio de aguas, que buscaban la mejora, la modernización y la salubridad de su ciudad, y por otra parte tenía raíces menos filantrópicas y obedecía al lógico interés de los empresarios por garantizar el rendimiento de su inversión.

Este rendimiento, necesariamente asociado a la conexión de nuevos abonados, no se producía al ritmo deseado. Entre las causas de esa lentitud, además del coste directo del servicio, se encontraba la vinculación legal entre las tarifas del agua con los precios de los alquileres. La inflación en el precio de los arriendos provocaba automáticamente un salto en las bandas tarifarias aplicadas al agua, sin tener en cuenta los recursos reales de los inquilinos. Una subida en el alquiler provocaba automáticamente la subida del precio del agua, agravando aún más las cargas sobre el ciudadano.

Por último, la competencia que se estableció entre el nuevo sistema de abastecimiento y las antiguas fuentes públicas. La obligación contractual asumida por la Sociedad de Aguas de La Coruña con el Consistorio, de suministrar agua a las fuentes en caso de contaminación o sequía, va a ser el motivo de la discordia, ya que esta prerrogativa municipal obtenida a cambio de la exención en el pago de los impuestos municipales, se sobreentendía como una exigencia excepcional. Pero no fue así y desde 1913 la Sociedad fue obligada a abastecer con el agua del Barcés las once fuentes públicas, causándole un perjuicio evidente, pues a pesar de que dicho caudal se facturaba al Ayuntamiento, se perdía el más rentable negocio de incrementar el número de abonados. El Ayuntamiento se descubrirá además como un mal pagador y se hará cargo exclusivamente de 700 m3 de agua cuando la Sociedad estimaba en más de 1300 m3 el consumo real.


Finales del XIX

Los últimos años del siglo XIX debieron ser especialmente penosos a juzgar por la gran cantidad de peticiones y requerimientos en materia de aguas que se cruzaron el Ayuntamiento y las distintas instituciones de la ciudad.

El Ayuntamiento se vio obligado entonces a tomar medidas drásticas para garantizar el suministro mínimo a los ciudadanos: se prohibió el riego y el acceso de los carro-cubas a las fuentes públicas de la ciudad, obligándolos a aprovisionarse en la fuente de “Los Trapallos”, en las afueras.

Esta medida, afectó sobre todo al contingente militar acantonado en la ciudad, que a la sazón contaba con los Regimientos de Caballería, Parque, Administración Militar, Regimiento de Zamora, Regimiento de Zaragoza, Hospital Militar, Gobierno Militar e Intendencia.

La decisión municipal desató una agria polémica en la ciudad en la que el gobernador militar llegó a amenazar con trasladar sus fuerzas a otras poblaciones de la provincia. Una actitud parecida tomó el director de la Real Fábrica de Tabacos, al recurrir al chantaje social, amenazando con la paralización de la producción y el despido del personal si no se le permitía aprovisionar sus carro-cubas en la fuente de Sta. Lucía.

Las demandas populares para levantar una fuente en la plaza de la Leña se iniciaron en 1867 y, ante la incapacidad económica del Consistorio para acometer estas obras, los vecinos continuaron con sus reclamaciones recurriendo a un sistema que se repetirán en otros momentos históricos de la ciudad, consistente en la recogida de firmas y la asunción de un compromiso colectivo de colaboración en el pago de los trabajos [El abastecimiento de agua a La Coruña, pág. 50]


Siglo XX

El río de Monelos


Lavando en el río Mesoiro a su paso por Lonzas




1963: canalización del río de Monelos


Canalización del río de Monelos

Río de Monelos en el tramo de Los Molinos


O Rego dos Xudeus (seguramente non chamado así en todo o seu curso) nace aproximadamente máis arriba da Coiramia e baixa -hoxe canalizado e soterrado, ao xeito do Río de Monelos -polo que é a zona da Rúa de San Vicenzo, Asturias, Biscaia ou Antonio Viñes cara a Catro Camiños, indo morrer á Palloza, onde estaría -antes da construción do porto -a Pena dos Xudeus, que serviu tamén como cemiterio desta comunidade, cando menos na época medieval.

Tamén hai outro pequeno rego procedente de Nelle ou Santa Margarida que baixaba pola Falperra e é de supoñer que alimenta o lavadoiro que había alí até hai non tantos anos. No caso do dos Xudeus, como acontece con todos os ríos de memoria soterrada, a súa rebeldía abrolla ás veces dos sumidoiros, a xeito de fedores (mítico é o cheiro da Rúa Asturias) ou mesmo enchentes (ocasionalmente na Rúa Biscaia, Vítor López Seoane, Antonio Viñes, Félix Estrada Catoira…). A auga busca sempre o seu sitio, por moito que o urbanismo disparatado non queira.


Siglo XXI

Noviembre 2008: La cuestión del agua

El agua, su olor y su sabor, vuelve a ser fuente de preocupación en A Coruña. Hace más de un siglo, por no ir más cerca, llegó a las manos y a los juzgados la cuestión de la vez, sobre el turno de recogida de agua en las fuentes del municipio. Hoy la sangre no ha llegado al río. Y de la cuestión de la vez hemos pasado a la cuestión del olor y del sabor.

Para muchos ciudadanos, a juzgar por la multitud de llamadas, escritos y correos electrónicos llegados a esta redacción, el agua supo mal y olió peor desde que el pasado 15 de septiembre se produjo la contaminación del río Barcés, en Carral. La respuesta inicial de Emalcsa, que se encarga del suministro del líquido elemento a 120.000 clientes de la comarca, no sirvió para tranquilizar a casi nadie, pese a que su director general, Jaime Castiñeira, dijera «no puedo negar que a un vecino le huela el agua, pero lo que sí niego es la palabra hedor».

Durante los días en los que hubo más quejas, solo uno de los concejales del grupo de gobierno, muchos de ellos miembros del Consejo de Emalcsa, coincidió con la apreciación de los vecinos. Margarida Vázquez, del BNG, reconoció que el agua «cheira mal». Pero Henrique Tello dijo que él la bebía sin problema. Y el alcalde, Javier Losada, intentó tranquilizar con la frase «¡es agua de A Coruña!», subrayando al mismo tiempo que, de existir la mínima sospecha de contaminación, no se cometería la osadía de negarlo. Mientras, aumentaba la compra de agua embotellada en los supermercados.

El lunes, como las quejas se multiplicaban, el gobierno local decidió poner en marcha una campaña de imagen más efectista que efectiva: los concejales bebieron agua de una jarra rellenada en uno de los grifos del palacio municipal, algo que no sirvió para disipar dudas. Tres días después, el asunto llegó al Valedor do Pobo, que ha encargado una investigación de oficio sobre el problema. En Emalcsa y en el Ayuntamiento empezó a hablarse de una campaña orquestada por un grupo de vecinos amplificada por los medios de comunicación. La cuestión, tan vieja como la Historia, derivaba ahora de matar el hedor a matar al mensajero.

El pasado jueves las quejas empezaron a remitir y Emalcsa dio nuevas señales de vida. Lo hizo haciendo públicos informes que avalaban que el agua, al menos ese día, no olía mal. Al mismo tiempo, anunció una campaña de análisis del líquido elemento en los domicilios de los clientes que así lo soliciten, operación que comenzó el viernes. La compañía decidió, por fin, coger el agua por el grifo. Pasó de hablar de bulos a ponerse en acción. Emalcsa, por la que el Ayuntamiento recibió en su día una oferta de 10.000 millones de las antiguas pesetas, una operación que se descartó por temor a que se resintiera el servicio, distribuye agua a una población de más de 370.000 personas. Gracias a sus saneadas cuentas, ha decidido diversificar el negocio, entrando en operaciones urbanísticas como el aparcamiento de Matogrande o la Casa del Agua y participando en la empresa que distribuye el gas natural.

Todo esto está muy bien, pero no debe hacerle perder de vista que su misión principal es servir agua en buenas condiciones. Y acudir allá donde surja cualquier problema o atisbo de problema. Además, el plan de modernización de sus canalizaciones no ha avanzado al ritmo deseado. Las roturas siguen produciéndose aunque, eso sí, no siempre sean achacables a la empresa.

En estos días, Emalcsa, que suma ya 105 años de historia, ha podido comprobar que la sociedad ha cambiado. Hoy, el consumidor está más formado e informado, y ya no se resigna a dejar correr el agua cuando llega sucia.

Emalcsa tiene el monopolio del líquido elemento en la ciudad. O lo que es lo mismo: un cliente descontento no tiene la opción de irse con la competencia. Por ello, su responsabilidad es mayor. Por tratarse de un servicio público, y porque no es lo mismo el agua en malas condiciones que un teléfono con problemas de cobertura. Su presidente, Javier Losada, sin duda al tanto de la situación, a buen seguro habrá tomado cuenta de ello. Como de la, cuando menos, inquietante aparición de focos de residuos en el entorno del embalse de Cecebre que, responsabilidad o no del Ayuntamiento, tendría que ser objeto de intervención ya.


Conquistas laborales y salariales en Emalcsa


Fuente: Jesús Mirás Araujo, Universidad A Coruña

En 1960 se promulgó una nueva Reglamentación del trabajo para las empresas suministradoras de agua, que supuso un considerable aumento en los gastos de personal. Por este motivo, los gastos de personal se acrecentaron, dando lugar a que las remuneraciones del personal y las cargas sociales fuesen las responsables de los mayores incrementos de los gastos. Con todo, las remuneraciones adicionales concedidas a los trabajadores a lo largo de los años sesenta parecen estar justificadas más por una mejoría de la marcha económica de la empresa que por la necesidad de hacer frente a la inflación.

Al igual que ocurriera durante los tres lustros anteriores, la empresa debió hacer frente a continuos incrementos salariales, a lo que se vino a añadir la firma de un nuevo Convenio Colectivo Sindical en la segunda mitad de los años sesenta. Además, en 1963 el Gobierno aprobó el Decreto 55/1963 sobre salarios mínimos.

En 1964 se iniciaron conversaciones para establecer un nuevo Convenio Sindical Colectivo en la empresa. En el Convenio se determinaron las remuneraciones del personal en función de su categoría profesional. Dado que era habitual que los empleados percibiesen sus sueldos libres de impuestos, el Consejo de Administración acordó complementar las remuneraciones de parte del personal de manera escalonada. A los que hasta entonces percibían remuneraciones superiores a otras de su misma categoría profesional, se les abonaría la cantidad precisa para mantener aproximadamente iguales diferencias, mientras que a los que estuviesen sujetos al Impuesto sobre los Rendimientos del Trabajo Personal se les abonaría la cantidad precisa para compensarles del importe de dicho impuesto. En consecuencia, los costes del personal a partir de entonces se incrementaron todavía más.

En 1967 el personal de la sociedad manifestó su intención de denunciar el Convenio Sindical Colectivo vigente. La Dirección supeditó su aprobación a que la empresa obtuviese una elevación de las tarifas de suministro, de 35 céntimos/m3, que permitiera cubrir el aumento de gastos que suponían dichas mejoras, dentro de una continua lucha por lograr incrementos tarifarios que devino una constante durante el franquismo.

El convenio fue aprobado y firmado por ambas partes en 1968. Por suponer un aumento de precios, tenía que ser aprobado por el Consejo de Ministros, a cuyo alto organismo llegó a mediados de noviembre de 1967, en momento de plena congelación de precios. Y, por tanto, fue denegado.

Promulgado el Decreto - Ley de descongelación salarial, de 16 de agosto de 1968, el Consejo de Administración, formado entonces por Concejales y altos funcionarios municipales, renunció expresamente a la cláusula del convenio que condicionaba su aplicación al aumento de tarifas. Y, suprimida esta cláusula, el Convenio fue aprobado con efectos desde 1 de octubre de 1968.

Por tanto, desde esa fecha aumentaron sustancialmente los sueldos y los jornales de los empleados, sin que se modificasen las tarifas.


Manuel Lugrís: "Vivir en Acualandia"


lugris.mp3 Duración: 1:05:07



Manuel Lugrís entró a trabajar en Aguas de La Coruña a finales de 1962, pero su apellido es uno de los más emblemáticos de la empresa ya que su abuelo fue el primer empleado de la sociedad. Sus libros de cuentas escritos a mano son un auténtico tesoro.

Cuando Manuel entró los recibos aún se confecionaban a mano, una época complicada porque el acelerado crecimiento de la ciudad y la falta de recursos producía un “auténtico embudo” de llamadas (reclamaciones, averías, contrataciones…) que trataban de organizar a través de la Central Coordinadora derivando cada cuestión hacia donde debía ser resuelta.

´Desde finales de los 70 le tocó desarrollar, junto a Benito López, todo el proceso de informatización de la empresa. Destaca también su participación junto a Luis Garrido (que entró de lector y llegó a ser el resposable del departameto de Lecturas), en el comité de empresa cuyo objetivo más importante fue la elaboración del plan de pensiones que, según cuenta, “hubo que pelear”

Un año antes de su jubilación, Manuel Lugrís plasmó en un libro su visión de EMALCSA desde su interior. A este cosmos particular de la empresa lo llamó “Vivir en Acualandia” y su contenido gira en torno a cuatro ejes:

  1. El personal como motor de la empresa
  2. El rico anecdotario
  3. La ideología
  4. La simbiosis de la ciudad y la empresa

Ista obra rematouse na cidade de A Coruña no mes de xuño de 2004

El personal como motor de la empresa


El rico anecdotario



La ideología



La simbiosis de la ciudad y la empresa




Emilio Castelo: una visión (muy) personal


Emilio Castelo no ha estado presente en este proyecto pero sí hay una entrevista realizada en 2014 en la que a lo largo de dos horas desarrolla su particular visión de la empresa contextalizada en el entorno solial, político y económico. Como bien puntualiza, “es su visión”, pero sin duda aporta un relato humano dentro de la historia de la empresa. Tampoco hubo vídeo, se incorpora el archivo de audio al final del texto.

No hay fotos suyas, pero hemos encontrado estas de su padre de 1975 en la jornada de reconocimientos a las personas que se jubilaban ese año.


Emilio entró a trabajar en Aguas de La Coruña porque su padre también trabajaba allí, así eran las cosas entonces. Empezó en el taller que había en la Calle Juan Canalejo, junto a la Cocina Económica pero luego se enteró de que iba a quedar un puesto de botones en la oficina y, aunque no le gustaba el uniforme, se presentó al “pequeño examen” que se hacía para entrar:

El examen no tenía temario, sino más bien para ver “que no era tonto” pero luego lo observaban de cerca a lo largo de los años.

Dice que le dio la vida que fuera sencillo porque “era un desastre para los exámenes”, incluso cuando quitó el carnet de moto tuvo que repetir un montón de veces porque se alteraba. Pero “en el trabajo era bueno” y con el tiempo se creo su aureola de ser “seguro y responsable”.

De botones pasó a ordenanza y, años más tarde, se examinó para ser oficial de segunda. Cuando se jubiló en 2004, era jefe de negociado (“o de sección, que también se le llama”), puesto al que, según cuenta, llegó por designación ya en la etapa del actual director de Emalcsa, Jaime Castiñeira. En sus primeros años el sueldo era simbólico porque “se suponía que vivías en casa de tus padres” pero a los 18 ya se normalizaba como adulto. Pero los salarios de miseria de la época no daban y los años que había que esperar para ir ascendiendo dentro de la empresa se hacían interminables. Y Emilio lo explica, le obsesiona “contextualizar” los datos y los recuerdos:

Se habían inventado aquello de los “ascensos automáticos” cada 8 años porque se consideraban que la persona había adquirido los conocimientos y la experiencia.

Desde el concepto de trabajo de hoy parece una injusticia pero de aquella, en el contexto, que no había sistema de promoción porque no había crecimiento en la empresa, era la justificación para no condenarte al ostracismo.

“Plantilla esponjosa”

Para compensar la dureza de la época y los escuetos salarios la empresa “permitía un margen” y muchos empleados tenían representaciones, sobre todo cuando empezó el boom de la construcción: “los jefes eran un poco tolerantes y hacían la vista gorda mientras se cumpliera con el trabajo. Había que brujulear”

A Emilio le gusta hablar pero su cercanía rezuma condescendencia, como el respetuoso, y distanciador “usted” con el que se dirige a su interlocutora. Cuando se grabó esta entrevista, en 2014, Emilio tenía 75 años y aunque no se negaba al fluir de los recuerdos, un reproche revoloteaba impenitente durante toda la conversación porque “lo del pasado está muy bien pero… ¿a quién le va a interesar?” Tal vez por eso repite en más de una ocasión que le gusta contextualizar los datos y que se siente orgulloso de tener “su punto de vista”.

Yo doy mi punto de vista… Una cosa es el organigrama oficial de la empresa y otra la “subestructura” que hay dentro de las empresas.

Dice haber trabajado a gusto con todos sus jefes pero expresa una consideración especial hacia Ricardo Fernández Cuevas por su seriedad y su concreción: “Con él no había dudas”.

El contexto político-social, dentro y fuera: “paniaguados”

Franco… para mi (es una opinión mía) todos los dictadores son simplistas, nos consideraba a todos paniaguados (el pan y el agua tenía que estar barato) […] todo exigía toneladas de papeles y trámites y le reprochaban al director que no era ágil en las peticiones: “usted pida 10 o 20 céntimos que luego ya le rebajarán pero él pensaba (colaboraba con el régimen) que eso encarecería el coste de la vida.

En la mirada de Emilio tiene un peso importante la situación política de la época y los recuerdos están salpicados de reflexiones, como la que dedica a la tensión que existía entre el poder político y la burguesía, algo que se vivía de forma especial en los ayuntamientos.

[tras el proceso de municipalización] se mantuvo el conservadurismo porque la empresa negoció el que se mantuviera la plantilla y el “conocimiento” para que no los destrozaran desde el ayuntamiento, [por eso] no había conflictividad

Los balones de oxígeno

Cuando entró como director Solorzano se notó el cambio… “pero es que hubo algo importante para el personal ya que cambiaron las condiciones económicas”.

En el ayuntamiento los sueldos eran más altos, no en los cargos de responsabilidad, pero sí los del funcionariado. Pero al pasar a ser empresa municipal, el ayuntamiento ya podía aprobar directamente el aumento de tarifas y empezaron a compensarles con pagas extraordinarias a las que llamaban “balones de oxígeno”. Llegaron a tener 8 pagas extraordinarias.

Luego todo eso hubo que meterlo en la legislación laboral y los convenios de empresa. En realidad en el cómputo total era un salario normal: “hay que mirar el cómputo total porque lo otro es para confundir…” Y hace un paréntesis porque su mirada quiere ser global y es crítica con la modernidad: “bueno, perdón, es mi verdad”. Dice que estamos en plena pre-revolución francesa, que la gente no hace nada por estar informada:

La prensa nos informa mal… no importa la cantidad que gana un banco sino el %… los millones asustan pero no se puede relativizar. Estamos maquiavélicamente mediatizados.

La etapa de Víctor Solorzano fue importante porque con él empezaron a entrar los balones de oxígeno, pero también fue la época del boom de la construcción y eso obligaba a hacer inversiones en la empresa.

Los cambios también afectaban al funcionamiento interno, como el aumento del período de facturación (mensual-bimestral-trimestral) y eso llevó a problemas de tesorería, algo que se suavizó con una “solución ingeniosa”: se cobraban por adelantado las cuotas. Luego se pasó a cobrar también con el recibo del agua el impuesto de alcantarillado y el recibo de basuras, y a cobrar el recibo directamente a los inquilinos. Era la época de las grandes colas en las oficinas para pagar los recibos.

Cuando se suprimió el cobro a domicilio empezó a sobrar personal porque se centralizaron las funciones: empezó la etapa de prejubilaciones y la congelación de nuevas plazas. Las tarifas fueron subiendo paulatinamente, la ciudadanía ya no se enteraba pero la empresa tenía más dinero para invertir.

A mi me interesa sumergir lo que yo le estoy contando en el contexto. Aunque las versiones sean distintas pero contextualizadas… lo ordena a usted.

[…] En el momento que estaba viviendo la circunstancia no era consciente…

Y la mirada global regresa a “la anécdota” en la que reafirma su lugar personal y profesional (su prestigio, su seriedad…) en el ámbito de la empresa, como cuando José Antonio Orejón le designó para presidir el tribunal de exámenes de acceso, que a él nadie se atrevió a pedirle que “echara una mano” y cuando intercambiaron exámenes para corregir, en los suyos no “había errores”. Cuenta que le dijeron: “Llevo 20 años asistiendo y puedo decir que el examen más recto y mas legan ha sido este”.

Yo estoy en una edad y paso de todo esto pero… la gente… cómo somos, como nos vendemos… por eso digo que estamos en una época pre-revolucionaria, yo estoy convencido. Y nos marcan como el ganado.

Y yo mismo, aunque parezco tan moderno, también estoy marcado… la gente no piensa en el por qué de las cosas y a mi siempre me importó el por qué de las cosas.

Y de nuevo la reflexión al recordar la lectura de “Nada” de Carmen Laforet, que la describían como tremendista pero él conoció ese ambiente porque era de familia obrera: “Lo que me llamó la atención era el vacío de la sociedad desesperanzada. Y que dejaba el rayito de esperanza cuando se matriculaba en un curso de la universidad“.

La gente no reflexiona, no piensa en el por qué… ¡Oiga, conmigo va todo!

Las relaciones en la empresa

Había comidas por secciones: los talleres, administración, los de La Telva… Mucha relación que él llama “compañerismo de garrafón” ya que la gente se unía más por intereses de grupo y afinidades prácticas de supervivencia que por afinidades ideológicas o por necesidad de indagar sobre el por qué de las cosas. Sin embargo afirma que el personal en Aguas era anti-dictadura:

El funcionariado ya no era así porque habían tenido que pasar por exámenes con temarios preparado por políticos.

En ocasiones parece renegar de las rutas de la memoria ya que durante la conversación cuestiona el sentido y los objetivos de esta recuperación de la memoria:

No acabo yo de ver el interés de esto para la gente de fuera…

Bueno, según el tipo de estudio sociológico que se quiera hacer y las conclusiones que se quieran quitar pero yo no le veo el interés porque a la gente las cosas concretas le resbalan.

Lo suyo es seguir investigando el mundo y reflexionar: “La filosofía al final son cosas muy simples”. Y se enreda sobre la importancia de ver en retrospectiva cosas tan importantes como los planes educativos.

“No soy visionario pero analizo”

Dice Emilio que a todo el mundo le gusta contar batallitas pero “de aquella” el nivel de instrucción era bajo. Recuerda con cariño su etapa escolar en el colegio Dequidt en el que 100 años después de sus inicios, aún se notaba algo de su inspiración en la revolución francesa. Y cuenta que tuvo la suerte de tener un vecino con muchos libros y revistas que le permitió dar rienda suelta a su curiosidad: la revista Mecánica popular, el Reader digest o la revista Life, “un lujo de tipografías y colores”…

Evoca el respeto y el mimo con el que se trataban los libros, que se forraban con papel transparente, y como compensaba su bajo nivel de instrucción política leyendo, conversando y preguntando. Como con aquel amigo que le marcó en una enciclopedia los discursos de Manuel Azaña.

Prefiere pensar en retos de futuro para Emalcsa que en exposiciones y museos con la memoria histórica de la empresa. Lo ve como patrimonio de la ciudad y le gustaría que su nieta fuera consciente de ese patrimonio de cuya construcción se siente partícipe.

No reniega del pasado pero sí de la acumulación sin sentido, prefiere el relato en forma de retos, los de antes y los de ahora, como lo fue en su día la depuradora y lo es ahora superar los intereses de las petroleras a favor del medio ambiente: “ahora se apuesta por los coches eléctricos pero no tiene ningún mérito porque la apuesta es el coche de agua, de hidrógeno…”.

Cree que la memoria debe servir para activar temas de investigación paralelos, no centrarse en el patrimonio:

¿Qué me gustaría que hiciera Emalcsa? Me gusta la pregunta porque es como si fuera un reto pero lo otro…A la ciudadanía en general… pues no soy capaz de verlo.

Amante del poder de las ideas locas, recuerda algunas que le iban surgiendo a lo largo de los años, como la de hacer una red duplicada para activarla en caso de avería, que la leche y el aceite pudieran salir de un grifo o un modelo de colector que mandara directamente los desperdicios a la red de saneamiento. Las dos horas de conversación fueron intensas. A Emilio le gusta hablar pero, sobre todo, que le escuchen.

castelo.mp3 Duración del audio: 1:57:28




Camaradería y épica masculina


El respaldo de las familias: El relato de Ángeles Fábregas

<fc #6495ed>Mi infancia entre aguas</fc>

Nosotras, mis hermanas y yo, sabíamos los nombres de las plantas y de los árboles. Unos los sabíamos en gallego y otros en castellano, pero todo tenía su nombre porque papá nos lo enseñaba. Esa es una costumbre que aún tengo, la de saber y poner el nombre a cada planta o bicho. Bueno, sabíamos el nombre gallego en el “idioma de Cañás”, porque a veces oigo nombres en gallego que difieren de los que yo oía de pequeña.

“Papá” era D. Tomás Fábregas, una autentica institución en la empresa de Aguas de A Coruña que gestionó durante décadas todo lo relacionado con Cañás, la Traída y los primeros pasos de A Telva. Y todos esos nombres a los que se refiere Gel, la autora de este relato, constituían el universo de su mirada desde lo que fue su hogar en una etapa de su infancia. Porque la familia vivió durante muchos años en la Casa del Guarda, construida antes de 1908 con las obras iniciales de captación del agua del Barcés para el abastecimiento de A Coruña.

(…) Sin embargo, lo más sorprendente de este libro es su frescura casi cinematográfica porque la vitalidad del relato te hace sentir nostalgia de un presente que quieres hacer tuyo, aunque no te pertenezca. Los puentes, la faunilla diversa, las aventuras, el carnero que envestía, la máquina de hacer bloques, la tenebrosa maquinaria del molino, la fiesta parroquial, la flauta de caña que, como tantas cosas, arreglaba el “viejo Botana”…

Por la noche nuestra radio se oía en todo el valle. No había otra radio porque tampoco había luz eléctrica en las casas y las de transistores aún no se habían inventado

La evolución de la empresa de Aguas de La Coruña relata una parte importante de la historia de la ciudad a través de las personas que vivieron su construcción y desarrollo, pero no debemos olvidar a las que se encargaban del agua en su origen. Y además de ser un poderoso ejemplo de que el conocimiento NO se jubila, pone de manifiesto que la cultura corporativa debe ser relatada sin ningún tipo de pre-tensión de objetividad.

Las culturas corporativas definen la forma de estar de las empresas en la sociedad y de las personas en una empresa. Son huellas de liderazgos. Son batallas, éxitos y fracasos en la memoria colectiva, esa que se tiene aunque no se haya sido protagonista de la misma.

Y todas esas huellas de liderazgos, batallas y vivencias están contenidas en la geografía de la mirada de Gel que, junto con sus hermanas Tere y Ana, relata esa parte de la historia que los tratados no suelen contemplar. Porque, al final, la camaradería y épica masculina que se generó en ese estado de disposición permanente para la empresa no hubiera sido posible sin el amparo y el soporte familiar. Ahí es donde estaban las mujeres.


la_memoria_y_sus_metaforas.1505663917.txt.gz · Última modificación: 2024/02/22 12:40 (editor externo)

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